PROSA
Había una vez, hace muchísimos años, un caballero que se
llamaba Rui, que era muy famoso en todo el reino por sus increíbles
hazañas. Era un chico joven, alto y muy
inteligente. Tenía un precioso pelo rubio, que hacía que todas las mujeres del reino
estuviesen siempre detrás de él. Pero, a pesar de todas estas increíbles
cualidades, lo que de verdad hacía a Rui tan poderoso era la combinación que
usaba entre la fuerza y la astucia. No había persona en todas esas tierras que
hubiera conseguido matar a tantos seres malignos como Rui (entre los que se
incluyen orcos, trolls, duendes…). Estaba enamorado de la princesa Mireia, una
chica muy guapa de ojos azules y pelo castaño, pero el rey no consideraba que
nadie fuese digno de su hija, así que Rui estaba decidido a demostrarle que se
equivocaba.
Un día, Rui caminaba por el pueblo cuando un mensajero del
rey le interrumpió, y le dijo que el rey necesitaba su ayuda. El caballero,
extrañado por la petición de su rey (ya que casi nunca solicitaba ayuda, era
una persona muy orgullosa) se dirigió a palacio. Una vez allí, todos los
guardias le dejaron pasar, hasta que llegó al salón principal, donde le
esperaba el monarca. Éste le explicó que había un malvado dragón escondido en
la montaña, que se estaba comiendo a todas las ovejas y cabras del reino.
Ninguno de los valientes soldados que había enviado había vuelto con vida, y el
rey parecía completamente desesperado. Al ver la situación, Rui no pudo
negarse, pero sí que pidió algo a cambio: La mano de su hija a cambio de que
matase al dragón. El rey, se lo pensó un momento y aceptó. Es más, ordenó
colgar por todo el pueblo un decreto en el que se decía que cualquier varón
joven que consiguiese matar al dragón, era digno de poder casarse con la
princesa. Esto hizo que muchos de los jóvenes caballeros que había en el reino
se preparasen para ir contra el dragón, y dificultó mucho las cosas para el
pobre caballero Rui.
Esa misma tarde leyó el decreto Silvestre, el peor enemigo
de Rui. Era un hombre fuerte y malvado, y odiaba a Rui con toda su alma.
Además, también estaba enamorado de la princesa Mireia. Ya que él no era tan
buen caballero como lo era Rui, decidió que le seguiría hasta que éste matase
el dragón y luego dejaría inconsciente al caballero para que fuese él el
afortunado que se casase con la princesa. De tal forma, Rui decidió salir esa
misma tarde (ya que quería aprovechar el tiempo de ventaja que tenía respecto
al resto) y se dirigió con buen ritmo a la montaña. Sabía que hasta dentro de
dos días no iba a poder enfrentarse al dragón, ya que uno de ellos lo
necesitaría para llegar hasta su guarida y el otro para descansar, ya que
ningún ser humano puede vencer a un dragón si no está completamente descansado.
Y así lo hizo, dedicó el primer día a escalar la empinada montaña, y el segundó
a descansar. Cuando se despertó tras muchas horas durmiendo, decidió que por
fin había llegado la hora de enfrentarse al dragón. Para ello buscó primero una
gran charca de agua (ya que la gran debilidad de los dragones era el agua, una
vez que se introducían en una gran cantidad de agua sus patas y sus alas se
debilitaban de golpe y se ahogaban), con la gran fortuna de que no muy lejos de
la guarida, a poco menos de un kilómetro se encontró un lago. Con todo ya
preparado, el caballero se introdujo en la cueva para enfrentarse al dragón.
Iba siempre de puntillas intentando hacer el mínimo ruido posible para que el
dragón no le oyese. Y tras un minuto avanzando por fin lo encontró, durmiendo
al final de la cueva. Rui se quedó impresionado por el tamaño de la bestia: era
más que dos veces su casa. El caballero sabía que si lo despertaba y se
enfrentaba a él en un espacio tan pequeño, el dragón le aplastaría en un
momento, así que ideó una estrategia. Pensó en los puntos débiles de estos
animales e inmediatamente se dio cuenta de lo que tenía que hacer. Los dragones
tenía un oído muy sensible, por lo que si hacía un gran sonido el dragón se
quedaría aturdido durante un rato y a Rui le daría tiempo a salir de su guarida
corriendo. Además, el eco de la cueva seguro que ayudaría a que tardase en
recuperarse. Y así lo hizo, el caballero golpeó con todas sus fuerzas su escudo
metálico con su espada y salió corriendo. Inmediatamente, el dragón rugió
furioso y empezó a dar manotazos y coletazos a diestro y siniestro. Rui estaba
seguro de que iba a llegar sin problemas a la salida cuando notó que la
temperatura de la cueva había aumentado considerablemente en un segundo.
Inmediatamente supo lo que iba a pasar: el dragón estaba a punto de escupir
fuego. Así que Rui aceleró todo lo que pudo, con tal suerte que justo cuando
llegó a la salida se tiró a un lado, y por detrás de él salió una gran cantidad
de fuego. Rui suspiró, aliviado. Pero inmediatamente siguió corriendo porque el
dragón no tardaría mucho en salir. Y así fue, en pocos segundos la bestia,
salió furiosa de su cueva. Tenía los ojos rojos, llenos de rabia y mostraba
todo el tiempo sus grandes y afilados dientes. Inmediatamente se lanzó contra
Rui. Al poco tiempo le alcanzó, pero el caballero era muy inteligente, por lo
que justo cuando el dragón se lanzó contra él, se tiró al suelo y el dragón
pasó por encima. Rui se levantó inmediatamente y le asestó un espadazo a la
pata derecha posterior del dragón. Salió un montón de sangre, y el dragón gimió
de dolor. Rui siguió corriendo, consciente de que la furia del dragón sería
todavía mayor, pero ahora tenía una gran ventaja: La bestia reduciría el ritmo
al tener la pata dañada. Pero para su sorpresa no fue así, el dragón incluso
aumentó la velocidad, haciendo pensar a Rui que su plan había fracasado. Pero a
los pocos minutos el dragón empezó a cojear y a reducir el ritmo, el plan iba
tal y como él lo había previsto. Al poco tiempo llegaron a las orillas del
lago, y el dragón paró en seco. Era un animal muy listo y sabía que en ese
terreno tenía todas las de perder. Desafortunadamente, por esa zona pasaba un
pastorcillo, ajeno a todo lo que estaba pasando. No veía al dragón porque los
árboles le tapaban, pero éste si había visto al pastor. El dragón sonrió, e
inmediatamente Rui se dio cuenta de lo que iba a hacer. El caballero salió
corriendo hacia la dirección del pastorcillo. Éste, le miró con cara de
curiosidad, pero entonces oyó las zancadas del dragón e inmediatamente
comprendió lo que estaba pasando. Salió corriendo hacia el lago, pero era muy
lento y el dragón le iba a atrapar rápidamente. Justo cuando el dragón le iba a
comer, Rui saltó y puso su cuerpo delante para que al pastorcillo no le
ocurriese nada. El dragón, furioso, se dio cuenta de que iba demasiado rápido y
que iba a pasar de largo, así que estiró mucho la pata para llevarse a las dos
personas con él, pero no llegó a cogerlos. En cambio, sí que llegó con las
garras, y rasgó toda la parte derecha de la armadura e hizo una gran herida
cerca de las costillas a Rui. El dragón se tropezó al intentar frenar, y cayó
al agua. Allí dentro rugió muy intensamente durante unos minutos, pero luego se
hundió. El pastorcillo, que nunca había visto ninguna criatura semejante en su
vida, huyó asustado, dejando al pobre Rui herido y tendido en el suelo.
Entonces apareció Silvestre, que asestó un fuerte golpe en la cabeza de Rui
dejándole inconsciente. Luego, le subió encima de un caballo e hizo que este
galopase hacia el norte, en la dirección contraria al reino en el que vivían.
Luego, volvió al pueblo y llamó al rey para que viese al dragón dentro del agua
ahogado, y cómo había sido él quien había matado a semejante fiera. El rey
quedó asombrado, e inmediatamente le pidió que se casase con su hija. Silvestre
aceptó encantado, pero la princesa no estaba tan contenta, ya que conocía a
Silvestre desde pequeño y sabía que era una persona cruel que siempre hacía
trampas. Ella quería a Rui, el caballero valiente y bondadoso.
Al cabo de unas horas, Rui despertó y paró al caballo. No
sabía lo que había pasado, y no se podía aclarar porque la cabeza le daba
vueltas. Además, la herida en las costillas sangraba mucho y si no paraba la
hemorragia se podía desangrar. Bajó del caballo y cortó parte de su ropa para
intentar hacer un torniquete. Al cabo de un rato, le dejó de sangrar, pero
estaba muy débil para intentar levantarse, y buscar comida y ayuda, así que se
quedó allí, apoyado en un árbol sin saber qué hacer, seguro de que iba a morir.
El pastorcillo había seguido el rastro del caballo. Se
sentía fatal por haber dejado al caballero solo y herido, y cuando vio lo que
Silvestre le había hecho, decidió seguir al caballo para ayudar al caballero
que le había salvado la vida. Al cabo de medio día siguiendo el rastro,
encontró al caballero apoyado sobre un árbol y muy malherido. Si no hacía nada
pronto, moriría. Así que subió al Rui al caballo, y luego se subió él, y se
dirigió a su casa al galope. No estaba muy lejos de allí, y yendo a caballo
tardarían solo un par de horas.
Cuando Rui se despertó, no sabía dónde estaba. Le dolía
mucho la cabeza y lo último que recordaba era haber matado al dragón, pero no
sabía que había pasado después. Al darse cuenta de que el caballero se había
despertado, el pastorcillo se acercó corriendo para explicarle todo lo
ocurrido. En cuanto Rui escuchó toda la historia, se levantó furioso e intentó
irse, pero el pastorcillo se lo impidió, ya que apenas tenía fuerzas para estar
de pie. Al siguiente día, Rui ya estaba mucho mejor, así que después del
almuerzo cogió un caballo y se marchó a palacio a contarle la verdad al rey.
Cuando llegó, los guardias no le dejaron pasar. Resulta que al día siguiente
era la boda de Silvestre y Mireia, y el rey estaba muy ocupado con los
preparativos. Como Rui conocía muy bien el palacio, decidió saltar por la parte
trasera del palacio, donde había una muralla muy poco vigilada. Se dirigió
corriendo al salón principal para hablar con el rey. Entró de golpe en el salón
y vio que el rey estaba con Silvestre. Rui, furioso le acusó de haberle
engañado al rey y de haberle traicionado a él. Enseñó su cicatriz al rey, pero
este no pareció muy convencido. Conforme Rui iba explicándose y acusando a
Silvestre, la desesperación se iba apoderando de él, porque el rey no le creía
y se estaba cabreando. Finalmente el rey dio un grito y mandó callar a Rui.
Ordenó a sus guardias arrestar al caballero y se lo llevaron a rastras a la
plaza del pueblo. El rey quería ahorcar delante de todos sus súbitos al
caballero para imponer respeto. Mientras se llevaban a la fuerza a Rui, Mireia
entró en el salón. Al ver la escena intentó ayudar al caballero, pero fue inútil.
Suplicó a su padre que le soltase pero como estaba tan furioso no la escuchó. Después
de unos cuantos minutos, los guardias consiguieron llevar a Rui a la plaza.
Aunque estuviese débil era muy fuerte, y varias veces necesitaron ayuda para
que no se escapase. En cuanto llegaron los guardias colgaron al caballero y el
rey dio un discurso de lo que pasaba cuando se le faltaba al respeto y se
acusaba de mentiroso a alguien que ahora consideraba de su familia. Pero justo
cuando estaba a punto de terminar, una voz entre la multitud gritó: ¡Rui está
diciendo la verdad, yo lo vi! – El rey se calló inmediatamente, e intentó
localizar a la persona que había dicho eso. Inmediatamente apareció el
pastorcillo, abriéndose paso entre la multitud. Entonces explicó al rey la
misma historia que le había contado Rui, y el rey se dio cuenta de que el
caballero decía la verdad y de que era un verdadero héroe. Inmediatamente mandó
liberar a Rui y le pidió perdón por no haberle creído. Como compensación, el
rey le dijo al caballero que sería él quien se casase al siguiente día con su
hija. Respecto a Silvestre, que había visto todo lo que había pasado y había
intentado huir, fue capturado en la salida del reino y sentenciado a vivir todo
el resto de su vida en el calabozo. Y de esta forma la princesa Mireia y el
caballero Rui fueron famosos, y cuando el rey murió gobernaron con justicia y
bondad.
TEATRO
PERSONAJES
- El señor Vicente: Es el protagonista de la obra. Se
trata de un hombre de unos 50 años, muy trabajador que odia la Navidad porque
nunca le han traído regalos.
- Esther: Es la hija de la señora Lucía y del señor
Vicente. Le encanta la Navidad y quiere que a su padre también le guste.
- La señora Lucía: Es la mujer del señor Vicente. Es
una mujer muy alegre. Adora a su marido y apoya a su hija en su intento de
convencer al señor Vicente para que le guste la Navidad.
- Santa Claus: Es un personaje muy importante ya que
es el que le ha traído todos los años carbón a el señor Vicente.
- El narrador: Todo lo que dice está escrito en
cursiva. Es el encargado de ir contando la historia.
EL PODER DE
LA NAVIDAD
Es el día de noche
buena, y la familia Martínez están cenando juntos al lado de la chimenea.
SEÑOR VICENTE - Yo
no entiendo porqué toda esta cena, hoy es un día normal como otro cualquiera.
SEÑORA LUCÍA - No
digas tonterías Vicente, ¡hoy es noche buena y mañana Navidad!
SEÑOR VICENTE - ¿Y
qué? Siempre se habla de que es un día especial y de que ocurren cosas bonitas
en la navidad, pero eso no es verdad, es todo mentira.
ESTHER - ¿De
verdad no crees en la Navidad papá?
SEÑOR VICENTE -
¿Y por qué debería creer?
(Se levanta de la mesa para coger la jarra de agua y luego
se vuelve a sentar)
ESTHER - ¡Porque
la Navidad es un día muy especial en el que viene papá Noel a traer regalos e
ilusión a todo el mundo!
SEÑOR VICENTE -
¡No digas tonterías! - da un golpe en la
mesa - ¡A mí, desde que tenía 8 años me ha traído siempre carbón! ¿Dónde
ves tú la ilusión?
ESTHER - ¿No
sería porque te portabas mal papá?
SEÑOR VICENTE -
¿Portarme mal yo? ¡Pero qué dices! Bueno quizás era un poco revoltosillo, es
verdad que le tiraba tizas a Emilio (el empollón de la clase) cuando no miraba,
que siempre me echaban de clase, que algunas veces hacía pellas, que…
(Esther mira con la boca abierta a su padre, éste se da
cuenta)
SEÑOR VICENTE -
Bueno, era lo normal para un chico de esa edad, ¿no?
(No hay respuesta)
SEÑOR VICENTE -
Me voy a dormir que mañana tengo que madrugar.
SEÑORA LUCÍA -
¿Cómo que madrugar? ¿Es que acaso piensas ir a trabajar? ¡Mañana es Navidad,
nadie trabaja!
SEÑOR VICENTE -
¡Pues claro que pienso trabajar, para mi mañana es un día cualquiera! ¡Buenas
noches!
(Se levanta y se dirige a su habitación para dormir)
SEÑORA LUCÍA -
Hay que ver lo cabezota que es tu padre, siempre trabaja el día de navidad.
La señor lucía y
Esther terminan de cenar y se acuestan. Todos están durmiendo cuando a las 12
de la noche, media hora después de que se acostasen, suena un fuerte golpe que
despierta al señor Vicente.
SEÑOR VICENTE -
¿Qué ha sido eso?
El señor Vicente se
despierta sobresaltado. Se gira y se da cuenta de que se mujer sigue durmiendo.
Silenciosamente, se levanta y se dirige hacia el salón.
SEÑOR VICENTE -
¿Qui… quién anda ahí?
No hay ninguna
respuesta. El señor Vicente, asustado, coge un bastón. De repente, al lado de
la chimenea, suena un ruido. El señor Vicente se gira y ve a una sombra, pero
no reconoce quien es.
SEÑOR VICENTE -
¡Con que ahí estás ¿eh?! ¡Te voy a atrapar ladrón! (Se dirige hacia el extraño)
¡No puede ser! Tú eres…
EL EXTRAÑO - Así
es Vicente, ¡Yo soy Santa Claus! Estaba colocando vuestro regalos cuando me he
tropezado y he hecho ruido. Así te has despertado.
SEÑOR VICENTE -
¿Santa Claus? Pero no puede ser… (Se repone de la impresión y cambia la cara)
Pues ya te puedes ir marchando, porque en esta casa nadie te quiere.
SANTA CLAUS -
Sabes que eso no es verdad Vicente…
SEÑOR VICENTE -
Bueno vale, ¡Soy yo el que no quiero que te quedes! Y como en esta casa mando
yo, ¡te tienes que ir!
SANTA CLAUS - ¿Y
por qué quieres que me vaya Vicente? ¿Porqué nunca te hice ningún regalo?
El señor Vicente se
queda mirándole enfadado, pero no responde.
SANTA CLAUS - ¡No
te he dado ningún regalo todos estos años porque te has portado mal y nunca has
ayudado a nadie! Ven conmigo Vicente.
Santa Claus coge el
abrigo del señor Vicente del perchero y se lo da. Luego agarra a Vicente de la
mano y en un momento se encuentran en el tejado de la casa, al lado de la
chimenea.
SEÑOR VICENTE - ¿Pero cómo…?
El señor Vicente se
gira y ve delante de él el trineo de papá Noel junto con todos sus renos. Santa
Claus empuja al señor Vicente y le mete dentro del trineo. Él se mete también y
ordena a los renos que vuelen. Al principio el señor Vicente no se atreve a
mirar abajo, pero al poco tiempo, asoma la cabeza y abre los ojos. Lo que ve es
a dos chicos jóvenes ayudando a cruzar la calle a una señora anciana, a un niño
travieso que se ha levantado de la cama sin permiso para abrir los regalos que
ha puesto Santa Claus, a una familia que cantan villancicos muy alegres… Todo
es felicidad.
SEÑOR VICENTE -
¿Así que esto es de verdad la navidad? Pues sí que estaba equivocado… Como
estaba tan enfadado porque no me traías regalos, no me he dado cuenta de todo
lo que me estaba perdiendo.
(Santa Claus se gira y mira al señor Vicente)
SANTA CLAUS - Veo
que por fin te has dado cuenta ¡Entonces es hora de volver!
Dicho y hecho, papá
Noel giró el trineo y se dirigió a casa del señor Vicente. En cuanto llegaron
al techo y se bajaron del trineo aparecieron directamente en el interior de la
casa.
SEÑOR VICENTE -
Mira, no sé cómo haces eso, pero algún día me lo…
SANTA CLAUS
(Interrumpiendo al señor Vicente) - Bueno, ¡parece que mi trabajo aquí ha
terminado! Pero antes de irme… (Se lleva la mano a la espalda y saca un regalo
de su saco) ¡Toma, esto es para ti!
SEÑOR VICENTE -
¿Para mí? Pe-pero… ¿Porqué me lo das ahora?
SANTA CLAUS -
¡Porque por fin te has dado cuenta de lo que es la navidad, y sé que a partir
de ahora serás mejor personas y ayudarás a los que más lo necesiten!
SEÑOR VICENTE - ¡Muchas
gracias! (Se le escapa una lágrima) ¡Me portaré bien, te lo prometo!
SANTA CLAUS -
¡Eso espero!
De repente, Santa
Claus desaparece. El señor Vicente se acerca a la ventana y le ve alejarse en
su trineo.
SANTA CLAUS - ¡Ho
ho ho!¡Feliz navidad!
El señor Vicente sube
a su habitación y se acuesta. Al siguiente día, la señora Lucía y Esther se
levantan y bajan jutas al salón para ver los regalos, y al llegar se llevan una
gran sorpresa.
SEÑORA LUCÍA -
Pero bueno, ¿Qué haces aquí, no estabas trabajando?
SEÑOR VICENTE -
¿Trabajando? ¡Pero si es Navidad!
(La señora Lucia y Esther se quedan boquiabiertas)
ESTHER - Pero
ayer tu dijiste…
SEÑOR VICENTE –
¡Da igual lo que dijese ayer! ¡Venid, feliz navidad a las dos!
Y, a partir de entonces, el señor Vicente empezó a ayudar y
a interesarse por el resto de las personas, y en su casa siempre se celebró la
Navidad.
FIN
POESIA
Para la
poesía, he decidido utilizar la estrategia de las adivinanzas. He creado dos
poesías, son bastante simples pero yo creo que a los niños de primaria les
gustarían.
1º ADIVINANZA
Tengo unos ojos grandes
Y un pico corto
Puedo girar la cabeza
Sin mover mi cuerpo
Tengo muchas plumas
Y puedo volar
Mientras duermes
Me gusta cazar.
¿Sabes lo que soy?
2ª ADIVINANZA
Cuando vayas a la playa
Lo podrás ver
Flota por encima del agua
Y nunca se va a caer
Le gusta transportar objetos
Y también personas
Nos lleva de un lugar a otro
Moviéndose sobre las olas
Perfecto... a pesar de la rima...
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